Durante cuatro siglos la humanidad observó, con la complacencia de algunos y el horror de otros, uno de los actos más bárbaros de la civilización occidental: el tráfico de seres humanos como esclavos, principalmente desde África. Por ello, cada 25 de marzo las naciones del mundo rememoran el Día Internacional para el Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud.
Conozcamos un poco esta historia: en 1773, Inglaterra firma un tratado con el que obtiene el monopolio del comercio de esclavos desde su secuestro en África hasta su venta en América. Este inmoral comercio le valió al estado Inglés grandes sumas económicas (Olivera 2009: 20).
Una de las voces que se alzó contra esta práctica inhumana fue la del Rev. John Wesley. En 1774 Wesley publica un ensayo titulado Reflexiones sobre la esclavitud, en el que fija su posición clara y determinante sobre esta repudiable acción y acusa a los propios ingleses:
Es vuestro dinero el que paga al mercader, y por medio de él al capitán y a los carniceros africanos. Vosotros sois por lo tanto culpables, sí, principalmente culpables de todos estos engaños, despojos y asesinatos. Vosotros sois el resorte que pone todo el resto en movimiento: ellos no moverían un dedo sin vosotros; por lo tanto, la sangre de ellos (...) cae sobre vuestras cabezas (Obras de Wesley. Tomo VII).
En este texto describe de manera puntual los horrores en los que se vieron sumidos los esclavos africanos:
Cuando son llevados a la costa para ser vendidos, nuestros médicos los examinan cuidadosamente y ello completamente desnudos, sean mujeres u hombres sin distinción. Los que son aprobados son colocados a un lado. Mientras tanto, un hierro candente con el escudo o el nombre de la compañía, yace entre las brasas, con el cual son marcados en el pecho. Antes de subir a las naves, sus amos les quitan todas las cosas que cargan sobre sus espaldas: así que llegan a bordo desnudos, tanto mujeres como hombres. Por lo común varios cientos son cargados en un barco, donde son hacinados en el menor espacio posible. Es fácil suponer qué condiciones deberán enfrentar de inmediato entre calor, sed y pestilencias de varias clases. Así, pues, lo sorprendente no es que muchos mueren en la travesía, sino que algunos sobrevivan.
Además, denuncia la atrocidad con que padres y madres son separados de sus hijos e hijas:
Cuando las naves arriban a su puerto de destino, los negros son nuevamente exhibidos desnudos ante los ojos de toda aquella gente y la inspección de sus compradores. Luego son separados para las plantaciones de sus diversos amos para no verse jamás entre sí. Aquí uno puede ver a las madres abrazándose a sus hijas, regando con lágrimas sus desnudos pechos, y a las hijas colgándose de sus padres hasta que el látigo los obliga a separarse pronto. ¿Qué condición puede ser más desdichada que aquélla a la que ingresan? Proscritos de su país, de sus amigos y relaciones para siempre, de todo bienestar para la vida, son reducidos a un estado apenas preferible al de las bestias de carga.
Después Wesley se dirige a los hacendados:
Tal vez dirás: "Yo no compro negros; solo uso lo que me dejó mi padre". Hasta ahí está bien, pero no es suficiente para satisfacer tu propia conciencia. ¿Tuvo tu padre, tienes tú, tiene alguna persona viviente el derecho de usar a otra persona como esclavo? No puede ser, ya sea por guerra o contrato, que cualquier ser humano sea dado en propiedad a otro, como se puede con las ovejas o los bueyes. Mucho menos es posible que criatura humana alguna, nazca como esclavo.
Y hace un llamado a devolverles la libertad a todos los esclavos sin excepciones y terminar con este infame capítulo de la historia de la humanidad (Gama 2008: 31).
Por tanto, si tienes alguna consideración por la justicia, (ni qué decir de la misericordia, ni de la ley revelada de Dios), devuelve a cada uno lo que es suyo. Otorga libertad a quien se le debe libertad, es decir, a toda criatura humana, a todo participante de la naturaleza humana. Que nadie te sirva sino por propia voluntad y acción, por su propia elección. ¡Fuera con los látigos, las cadenas, con toda opresión! Sé amable con todo ser humano; y mira e hacer invariablemente a los demás lo que tú quieres que los demás hagan contigo.
Pero la lucha para la abolir la esclavitud debía conseguirse en el lugar donde se hacen las leyes. Es aquí donde surge la figura de William Clarkson Wilbeforce, un parlamentario inglés convencido de que la esclavitud debía terminar. En 1791 presentó su primer proyecto para conseguirlo, mas no obtuvo el resultado esperado. Entristecido por no lograr su cometido fue alentado por Wesley a no abandonar sus ideas:
A menos que Dios lo haya llamado justamente para esto, terminará agotado ante la oposición de hombres y demonios. Pero si Dios está de su lado, ¿quién podría con usted? ¿Son, todos ellos juntos, más fuertes que Dios? Oh, no se canse de hacer el bien. Siga adelante en nombre de Dios y en el poder de su potencia, hasta que aún la esclavitud en Norteamérica –la cosa más vil que haya visto yo bajo el Sol– se esfume. Que la guía divina que desde su juventud Dios le proporciona continúe fortaleciéndolo en esta y todas las cosas, es la oración, estimado señor, de este atento siervo. John Wesley.
Wesley no alcanzó a ver el fin del comercio de esclavos africanos, murió en 1791. Wilbeforce consiguió en 1807 la prohibición del tráfico de esclavos y en 1833 se firma el Acta de Emancipación que acaba con la esclavitud legal en tierras bajo dominio británico (Olivera 2009: 21).
Sin embargo, la figura de Wesley es reconocida por haber tomado la bandera de la libertad en defensa de todo ser humano al margen de sus creencias religiosas y de su origen. Hoy, en pleno siglo XXI, la trata de personas —la esclavitud de estos tiempos— es una realidad contra la que todos debemos alzar la voz.
Se estima que 2.5 millones de personas están atrapadas en las redes de la esclavitud moderna. Hombres, mujeres y niños caen en las manos de traficantes tanto en su propio país como en el extranjero. Todos los países están afectados por la trata, ya sea como país de origen, tránsito o destino de las víctimas. La esclavitud, tanto en su forma moderna como en la antigua, no es sólo una vergüenza, sino que es «la execrable suma de todas las villanías», como la definió el abolicionista John Wesley, y no tiene cabida en nuestro mundo. (Naciones Unidas).
En la segunda parte de este artículo veremos cómo John Wesley rebate uno a uno los argumentos que usaban los esclavistas para mantener aquel perverso sistema.
Aviso importante
Si usted desea reproducir este artículo, favor colocar el siguiente texto:
Artículo tomado del Blog del Instituto de Estudios Wesleyanos - Latinoamérica
Sandro Izaguirre S.
Comunicaciones IEW-LA
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Sandro Izaguirre S.
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