Compartir el crecimiento espiritual en comunidad fue una motivación constante en John Wesley, desde los albores del movimiento Metodista en 1729, en que junto a otros tres jóvenes de Oxford empezaron a reunirse todas las noches para estudiar la Biblia. Seis años después ya eran quince personas y para 1738, el metodismo comenzó a crecer rápidamente y había que organizar a los miembros del naciente movimiento.
Una primera forma de organización fueron las sociedades metodistas, formadas por grupos de cuarenta personas que se reunían semanalmente para leer la Palabra, orar y escuchar la prédica. Estas reuniones se realizaban los jueves y, a su vez, fue un medio para que el metodismo se siga expandiendo por toda Inglaterra. Algunos estudiosos calculan que en poco tiempo llegaron a varios miles.
El avance en seguidores comenzó a representar una dificultad, pues muchos se dispersaban e iban de un lado a otro. Por otra parte, la casa de predicación de la ciudad de Bristol se encontraba sumida en una deuda. Y sin saberlo, esto significaría un nuevo paso hacia el establecimiento de otra forma de organización.
(...) «¿Cómo pagaremos la deuda que pesa sobre la casa de predicación?» El capitán Foy se puso de pie y dijo: «Que cada uno en la Sociedad dé un penique por semana, y fácilmente se logrará esa meta».En eso alguien comentó: «Pero es que hay muchos que no tienen ni un penique para dar». «Es cierto», dijo el capitán, «así que asígnenme diez o doce de ellos. Que den lo que puedan semanalmente y yo supliré lo que falte.» Varios de los otros presentes hicieron la misma oferta. Entonces el señor Wesley decidió dividir a la gente en grupos de unos doce, a los que denominó clases, designando a los que se habían ofrecido para ayudar como líderes de cada grupo.
El plan original era que los líderes visiten a esos miembros una vez por semana, para recibir el penique. Muy pronto se dieron cuenta de lo eficiente que resultaba reunirse todos una vez por semana, bajo la dirección del líder. También se vio que esta era una excelente oportunidad para la ayuda mutua, y para que los líderes se percaten de las necesidades específicas de cada persona. Tal fue el éxito de las “clases” que Wesley replicó la experiencia en otras sociedades metodistas.
Más adelante, John Wesley diseñó las tareas encomendadas al líder de cada clase:
La tarea del Líder consiste en ver a cada persona de su Clase por lo menos una vez por semana, con el fin de averiguar cómo prospera su alma; aconsejar, reprobar, consolar y exhortar, según lo requiera la ocasión; recibir lo que están dispuestos a contribuir para la ayuda a los pobres.
Grupos de Pacto: una experiencia enriquecedora
La experiencia del compañerismo cristiano fue extraordinaria. Muchos jamás la habían vivido
Comenzaron a sobrellevar los unos las cargas de los otros y naturalmente a interesarse los unos por los otros. Al mantener diariamente una relación más íntima, creció el afecto recíproco. Así, siguiendo la verdad en amor, crecían en todo en aquel que es la cabeza, esto es Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.
(Obras de Wesley. Tomo V. Puedes descargarlas gratuitamente en este enlace)
Sin embargo, no todo veían con buenos ojos estas reuniones, pues pensaban -equivocadamente- que se trataban de sesiones para reprimir; otros sentían vergüenza de hablar frente a los demás. Ante ello, se estableció formar clases de solteros, casados, hombres o mujeres, de modo que el grupo fuera lo más homogéneo posible.
Además, Wesley formuló las pautas a seguir en la reuniones de Clase.
A fin de confesarnos nuestras ofensas unos a otros, y orar unos por otros, para que seamos sanados, nos proponemos:
1. Reunirnos por lo menos una vez por semana.
2. Asistir puntualmente a la hora designada.
3. Comenzar cantando y orando.
4. Hablar cada uno en orden, con libertad y en forma clara, acerca del verdadero estado de nuestras almas, de las faltas que hemos cometido en pensamiento, palabra y obras, y de las tentaciones que hemos sufrido desde nuestra última reunión.
5. Solicitar a alguno de entre nosotros que hable de su propia situación espiritual primero, y luego pedir a los demás que, de manera ordenada, planteen en profundidad cuantas preguntas tengan, sobre su estado, sus pecados y sus tentaciones.
Situémonos ahora en la Inglaterra de fines del Siglo XVIII; tras la primera Revolución Industrial muchas familias se habían desestructurado: de las comunidades rurales habían pasado a las ciudades en busca de trabajo. A ello se debe sumar que se encontraban espiritualmente desatendidas. Y las reuniones de clase llenaron ese vacío. La reunión de Clase se convirtió en el espacio para compartir en comunidad, crecer juntos espiritualmente, alentarse unos a otros y velar por el prójimo.
Las reuniones de Clase dieron origen a lo que hoy conocemos como Grupos de Pacto de Discipulado y de ese tema hablaremos en la siguiente entrega.
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tomado del Blog del Instituto de Estudios
Wesleyanos - Latinoamérica