Dr. Gonzalo Báez-Camargo
Poco ha sido más pernicioso
para la evangelización efectiva del mundo que la artificial e indebida
separación que se ha hecho, oponiéndolos a veces como adversarios
irreductibles, entre el esfuerzo por la regeneración de los individuos y el
empeño por el saneamiento moral de la sociedad en su conjunto. Hasta se han
inventado los términos “Evangelismo Personal”, por una parte, y “Evangelismo
Social”, por la otra: o simplemente se han contrapuesto, como rivales
irreconciliables, el “evangelismo” y la “obra social”.
Se han formado así dos
bandos extremos: dos parcialidades que dejan, cada una, trunco el Evangelio de
Cristo: El Cristo que llamaba pecadores al arrepentimiento, pero también daba
de comer a las multitudes, sanaba a los enfermos y denunciaba con sagrada
indignación a los explotadores de los huérfanos y las viudas. Unos dicen estar
tan ocupados en salvar, una por una las almas, que no les interesa extirpar las
injusticias económicas y sociales. Los otros pretenden estar tan atareados
reformando a la sociedad, que no tienen tiempo para preocuparse por la
regeneración de las almas individuales. Unos se dedican exclusivamente a sacar
individuos de la cloaca, sin haber nada para que esta desaparezca y sin fijarse
que muchos siguen cayendo; los otros se dedican a desecar la cloaca sin
importarles los individuos que se están ahogando en ella. ¿Cómo es posible que
unos y otros no hayan visto y entendido que ambas cosas son necesarias y ambas
tienen que hacerse?
Desde luego, la obra de la
conversión de los individuos es lo fundamental. Para cambiar el mundo hay que
cambiar al hombre. La raíz del pecado, tanto individual como social, está en el
corazón humano, y si éste no cambia, ninguna reforma social dará resultado. El
error no está en dar la primacía a la obra de salvación individual, sino en
LIMITARSE A ELLA. Nadie que realmente se interese por salvar hombres del
pecado, puede permanecer indiferente ante las diversas formas de pecado social
que arrastran a los individuos a pecar. Hay algo de falso en el fervor
salvacionista de una persona que se encoge de hombros ante el sufrimiento
económico, la opresión, la explotación,
la injusticia, el MAL SOCIAL.
El metodismo fue, como hemos
visto, un avivamiento espiritual, una recuperación del viejo y olvidado
Evangelio de la gracia de Dios, libre y abundante para todos los hombres. Su
interés fundamental estaba en la conversión de las almas individuales. Pero no
fue exclusivista. Su amor por las almas ardió con tan viva llama que fue mucho
más allá de la tarea de rescatarlas una por una. Se enfrentó con una sociedad
en que primaban instituciones, sistemas y prácticas de iniquidad, y luchó con
empeño irreductible por su extirpación.
Para Wesley y los metodistas
primitivos no había tal separación entre “evangelio” y “obra social”. Para
ellos, la obra de evangelización era tanto individual como social. Profesaban
un evangelismo revolucionario. En el prefacio al primer Himnario Metodista
(1739) decía Wesley: “El Evangelio de Cristo no conoce otra religión que la
SOCIAL ni otra santidad que la SANTIDAD SOCIAL. Este mandamiento tenemos de
Cristo, que el que ama a Dios, ame también a su hermano”. Y en un célebre
sermón predicado en Oxford, en 1744, declaró: “Todo proyecto para construir la
sociedad que pasa por alto la redención del individuo, es inconcebible… Y toda
doctrina para salvar a los pecadores, que no tiene el propósito de
transformarlos en cruzados contra el pecado social, es igualmente
inconcebible”.
Con el mismo ardor con que
predicaba a los hombres el arrepentimiento y los llamaba a acogerse a la gracia
redentora de Dios en Cristo, el gran metodista se lanzó en un ataque de frente
contra las más grandes injusticias y pecados sociales de su época. Se hizo
campeón decidido, valiente, incansable, de la abolición de la esclavitud. Luchó
por acabar con la explotación de los niños y las mujeres en las fábricas; abogó
por la reducción de la jornada de trabajo y el aumento de salarios; trabajó con
denuedo por la reforma del sistema penal y la humanización de las cárceles;
repudió la guerra, condenó el abuso del dinero y los privilegios; atacó
rudamente el tráfico de licores; propugnó una reforma agraria que acabara con
el latifundismo y propuso un sistema de precios justos, salarios adecuados y
empleo para todos.
¿Todo esto suena hoy a
comunismo? Pues es Evangelio auténtico y metodismo genuino. Son de Juan Wesley,
y no de un demagogo marxista estas palabras de profeta: “Dad libertad a quien
tiene derecho a la libertad, es decir, a todo hijo de hombre, a todo el que
participa de la naturaleza humana… ¡Fuera con todos los látigos, todas las
cadenas y todas las opresiones!” (PENSAMIENTOS SOBRE LA ESCLAVITUD, 1774). Y
estas otras de su diario, febrero 9, 1753: “Es perversa y diabólicamente falsa
la común objeción: “Los que son pobres están así solo porque son perezosos”.
Basta mencionar, para probar
este aliento social del metodismo, los dos grandes triunfos obtenidos en este
terreno en Inglaterra: La abolición de la esclavitud, consumada por
Wilberforce, y la emancipación de los obreros industriales, consumada por Lord
Shaftesbury. John Howard consumó la reforma del sistema de prisiones, una causa
humana que Wesley comenzó a agitar. He aquí el espléndido y autorizado tributo
de Lloyd George: “El movimiento que logró
mejorar las condiciones de las clases trabajadores en cuanto a salarios, horas
de trabajo y otras mejoras, encontró la mayoría de sus mejores jefes y
oficiales en hombres que se educaron en instituciones resultantes del
metodismo”.
Los historiadores y
sociólogos están de acuerdo en que la razón de que Inglaterra se salvara de
subversiones sociales sangrientas y de que el socialismo británico esté
impregnado de sentido religioso (en vez de ser ateo como en otros medios), se
debe al poderoso aliento social derivado del metodismo.
Fragmento (4 de 6) del libro El reto de Juan Wesley a los metodistas de hoy, publicado originalmente en 1953 y vuelto a publicar el 2014 por el Instituto de Estudios Wesleyanos - Latinoamérica.
También puede leer:
Primera entrega: Un avivamiento evangélico.
Segunda entrega: Entusiasmo racional.
Tercera entrega: Espiritualidad ilustrada.
Fragmento (4 de 6) del libro El reto de Juan Wesley a los metodistas de hoy, publicado originalmente en 1953 y vuelto a publicar el 2014 por el Instituto de Estudios Wesleyanos - Latinoamérica.
También puede leer:
Primera entrega: Un avivamiento evangélico.
Segunda entrega: Entusiasmo racional.
Tercera entrega: Espiritualidad ilustrada.
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tomado del Blog del Instituto de Estudios
Wesleyanos - Latinoamérica