martes, 28 de abril de 2015

Evangelismo revolucionario

Evangelismo revolucionario - Gonzalo Báez Camargo

Dr. Gonzalo Báez-Camargo


Poco ha sido más pernicioso para la evangelización efectiva del mundo que la artificial e indebida separación que se ha hecho, oponiéndolos a veces como adversarios irreductibles, entre el esfuerzo por la regeneración de los individuos y el empeño por el saneamiento moral de la sociedad en su conjunto. Hasta se han inventado los términos “Evangelismo Personal”, por una parte, y “Evangelismo Social”, por la otra: o simplemente se han contrapuesto, como rivales irreconciliables, el “evangelismo” y la “obra social”.

Se han formado así dos bandos extremos: dos parcialidades que dejan, cada una, trunco el Evangelio de Cristo: El Cristo que llamaba pecadores al arrepentimiento, pero también daba de comer a las multitudes, sanaba a los enfermos y denunciaba con sagrada indignación a los explotadores de los huérfanos y las viudas. Unos dicen estar tan ocupados en salvar, una por una las almas, que no les interesa extirpar las injusticias económicas y sociales. Los otros pretenden estar tan atareados reformando a la sociedad, que no tienen tiempo para preocuparse por la regeneración de las almas individuales. Unos se dedican exclusivamente a sacar individuos de la cloaca, sin haber nada para que esta desaparezca y sin fijarse que muchos siguen cayendo; los otros se dedican a desecar la cloaca sin importarles los individuos que se están ahogando en ella. ¿Cómo es posible que unos y otros no hayan visto y entendido que ambas cosas son necesarias y ambas tienen que hacerse?

Desde luego, la obra de la conversión de los individuos es lo fundamental. Para cambiar el mundo hay que cambiar al hombre. La raíz del pecado, tanto individual como social, está en el corazón humano, y si éste no cambia, ninguna reforma social dará resultado. El error no está en dar la primacía a la obra de salvación individual, sino en LIMITARSE A ELLA. Nadie que realmente se interese por salvar hombres del pecado, puede permanecer indiferente ante las diversas formas de pecado social que arrastran a los individuos a pecar. Hay algo de falso en el fervor salvacionista de una persona que se encoge de hombros ante el sufrimiento económico,  la opresión, la explotación, la injusticia, el MAL SOCIAL.

Identidad metodista: evangelismo social
El metodismo fue, como hemos visto, un avivamiento espiritual, una recuperación del viejo y olvidado Evangelio de la gracia de Dios, libre y abundante para todos los hombres. Su interés fundamental estaba en la conversión de las almas individuales. Pero no fue exclusivista. Su amor por las almas ardió con tan viva llama que fue mucho más allá de la tarea de rescatarlas una por una. Se enfrentó con una sociedad en que primaban instituciones, sistemas y prácticas de iniquidad, y luchó con empeño irreductible por su extirpación.

Para Wesley y los metodistas primitivos no había tal separación entre “evangelio” y “obra social”. Para ellos, la obra de evangelización era tanto individual como social. Profesaban un evangelismo revolucionario. En el prefacio al primer Himnario Metodista (1739) decía Wesley: “El Evangelio de Cristo no conoce otra religión que la SOCIAL ni otra santidad que la SANTIDAD SOCIAL. Este mandamiento tenemos de Cristo, que el que ama a Dios, ame también a su hermano”. Y en un célebre sermón predicado en Oxford, en 1744, declaró: “Todo proyecto para construir la sociedad que pasa por alto la redención del individuo, es inconcebible… Y toda doctrina para salvar a los pecadores, que no tiene el propósito de transformarlos en cruzados contra el pecado social, es igualmente inconcebible”.

Con el mismo ardor con que predicaba a los hombres el arrepentimiento y los llamaba a acogerse a la gracia redentora de Dios en Cristo, el gran metodista se lanzó en un ataque de frente contra las más grandes injusticias y pecados sociales de su época. Se hizo campeón decidido, valiente, incansable, de la abolición de la esclavitud. Luchó por acabar con la explotación de los niños y las mujeres en las fábricas; abogó por la reducción de la jornada de trabajo y el aumento de salarios; trabajó con denuedo por la reforma del sistema penal y la humanización de las cárceles; repudió la guerra, condenó el abuso del dinero y los privilegios; atacó rudamente el tráfico de licores; propugnó una reforma agraria que acabara con el latifundismo y propuso un sistema de precios justos, salarios adecuados y empleo para todos.

¿Todo esto suena hoy a comunismo? Pues es Evangelio auténtico y metodismo genuino. Son de Juan Wesley, y no de un demagogo marxista estas palabras de profeta: “Dad libertad a quien tiene derecho a la libertad, es decir, a todo hijo de hombre, a todo el que participa de la naturaleza humana… ¡Fuera con todos los látigos, todas las cadenas y todas las opresiones!” (PENSAMIENTOS SOBRE LA ESCLAVITUD, 1774). Y estas otras de su diario, febrero 9, 1753: “Es perversa y diabólicamente falsa la común objeción: “Los que son pobres están así solo porque son perezosos”.

Basta mencionar, para probar este aliento social del metodismo, los dos grandes triunfos obtenidos en este terreno en Inglaterra: La abolición de la esclavitud, consumada por Wilberforce, y la emancipación de los obreros industriales, consumada por Lord Shaftesbury. John Howard consumó la reforma del sistema de prisiones, una causa humana que Wesley comenzó a agitar. He aquí el espléndido y autorizado tributo de Lloyd George: “El movimiento que logró mejorar las condiciones de las clases trabajadores en cuanto a salarios, horas de trabajo y otras mejoras, encontró la mayoría de sus mejores jefes y oficiales en hombres que se educaron en instituciones resultantes del metodismo”.

Los historiadores y sociólogos están de acuerdo en que la razón de que Inglaterra se salvara de subversiones sociales sangrientas y de que el socialismo británico esté impregnado de sentido religioso (en vez de ser ateo como en otros medios), se debe al poderoso aliento social derivado del metodismo.

Fragmento (4 de 6) del libro El reto de Juan Wesley a los metodistas de hoy, publicado originalmente en 1953 y vuelto a publicar el 2014 por el Instituto de Estudios Wesleyanos - Latinoamérica.

También puede leer:

Primera entrega: Un avivamiento evangélico.
Segunda entrega: Entusiasmo racional.
Tercera entrega: Espiritualidad ilustrada


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