Dr. Gonzalo Báez-Camargo
Los voceros de un pietismo oscurantista pretenden que la verdadera espiritualidad menosprecia la ilustración y la cultura. Quieren que la ignorancia se escude tras una sedicente santidad. Hacen de la inteligencia una bohardilla separada del alma y suponen que el alma puede gozar de luz cuando la inteligencia está en tinieblas.
Encontré una vez, en una Universidad de los Estados
Unidos, a un joven estudiante, miembro del movimiento llamado Juventud para
Cristo parado ante la mesa en que se exhibían los libros recomendados durante
una campaña de evangelización estudiantil. “¿Ve usted todos esos libros? –me
dijo. Pues yo no necesito leerlos para la salud de mi alma”.
Ciertamente, el saber mucho no salva, pero un cristiano
redimido que sabe mucho y pone lo que sabe al servicio de su Redentor puede ser
en las divinas manos un instrumento más útil. San Pablo dijo: “si yo tuviese
toda la ciencia… y no tengo amor, nada soy”. Pero dijo lo mismo de la fe. Y a
los filipenses encargaba: “Que vuestro amor abunde más y más en ciencia y en
todo conocimiento para que discernáis lo mejor”.
El movimiento metodista fue la irrupción de una nueva y
honda espiritualidad, pero de una espiritualidad ilustrada. Una espiritualidad
que desde los comienzos procuró difundir y emplear la educación y la lectura de
buenos libros. Los clérigos oficiales de la época, atiborrados de latines,
metafísicas y teologías, fruncían la nariz ante los predicadores y congregantes
metodistas, tildándolos de turbas ignorantes. Y es cierto que la gran mayoría
provenía de las capas ignaras del pueblo. Pero Wesley no los conservó
ignorantes. Mucho menos les embotó la mente con la pampirolada de que la
santidad no necesita ilustrarse.
A sus predicadores les prescribía cursos de lectura
sistemática sobre los que se les examinaba. Les demandaba “cuando menos cinco
horas de cada veinticuatro dedicadas a la lectura de los libros más útiles”.
Sin leer extensamente –decía- no puede uno “ser jamás un predicador profundo ni
tampoco un completo cristiano”. Poniendo por ejemplo, el Fundador era un lector
voraz sobre una gran variedad de asuntos. Tenía un interés especial por la
física y, dentro de ellas, por la electricidad. Devoró cuando le cayó en mano
de los escritos de Franklin, Priestley y otros famosos físicos de la época.
Hacía él mismo experimentos con máquinas eléctricas. De modo particular le
interesaba la aplicación de la electricidad a la medicina, otra ciencia que
estudió con asiduidad. Hasta escribió un curioso libro intitulado Física Primitiva (método fácil y natural de curar la mayoría de enfermedades).
Personalmente preparó su famosa BIBLIOTECA CRISTIANA,
compuesta de cincuenta volúmenes, que hizo publicar, abreviando y condensando,
para hacerlas más accesibles al pueblo, obras de los mejores autores. Fue una
de las más notables y primeras colecciones de divulgación y cultura popular de
los tiempos modernos. Estableció “Salones de Lectura”. Encomendó a sus
predicadores la difusión intensa y constante de libros, encareciendo que cada
uno de ellos fuese un “Mayordomo del Libro”.
Los metodistas, aun los más pobres y humildes, iban
formando en sus hogares –cosa inaudita hasta entonces- pequeñas colecciones de
libros, las primeras bibliotecas privadas entre las masas populares de aquel
tiempo. Los predicadores itinerantes, que recorrían kilómetros y kilómetros a
caballo, llegaban a las más apartadas aldeas con las alforjas de sus monturas
llenas de libros y folletos. Wesley formó un fondo especial para proveer de
libros a muy bajo costo a las gentes más pobres. Escribió la REVISTA ARMINIANA.
El metodismo fue, en una palabra, el primer gran movimiento moderno de
educación de los adultos y de difusión popular de la cultura.
Añádase a esa tenaz campaña a favor de la lectura, la
fundación de escuelas elementales para chicos y grandes, entre ellas aquellas
primitivas Escuelas del Domingo, precursoras de las Escuelas Dominicales de
Roberto Raikes y que eran, como se sabe, no solo escuelas de instrucción
religiosa, sino de primeras letras e iniciación en las artes y las ciencias.
“Predicad expresamente en pro de la educación”, era la consigna de Wesley a sus
predicadores. Y cuando alguno objetaba: “Pero es que yo no tengo don para eso”,
la respuesta del Fundador no se hacía esperar: “Con don o sin él, tienes que
hacerlo: de otro modo, no estás llamado a ser un predicador metodista”. Con
razón dice de él la Enciclopedia Británica: “Ningún hombre hizo tanto en el
siglo dieciocho para crear el gusto por la buena lectura y para proveerlo con
libros a los más bajos precios”.
Por eso el avivamiento metodista fue no solo un
resurgimiento de la espiritualidad, sino un verdadero renacimiento de la
cultura y la educación popular. La santidad que Wesley predicaba no era la
SANCTA SIMPLICITAS –la “santa ignorancia”– del oscurantismo. Era un fulgor de
luz en el corazón, que llegaba a la inteligencia. Quería que sus predicadores
fuesen piadosos, sí, ante todo, pero a la vez ilustrados, estudiosos, lectores asiduos,
e infatigables diseminadores de la educación y la cultura.
Nada más fácil que hacer de una falsa piedad la cobertura
de la indolencia y el enmohecimiento intelectuales. Nada más que pretender
disimular, con una sarta de frases pías, ya bien memorizadas y sobadas, la
falta de estudio y preparación. Nada más fácil que suplir la solidez del
pensamiento y el fervor auténtico, jamás reñido con la ilustración, apelando al
clamor de platillos y redoble de tambores de una “elocuencia” inflada y
lacrimosa. Pero nada de eso tiene derecho a apellidarse “metodista” porque el
metodismo genuino fue, ha sido y debe seguir siendo PIEDAD CULTA, SANTIDAD
INTELIGENTE Y ESPIRITUALIDAD ILUSTRADA.
Fragmento (3 de 6) del libro El reto de Juan Wesley a los metodistas de hoy, publicado originalmente en 1953 y vuelto a publicar el 2014 por el Instituto de Estudios Wesleyanos - Latinoamérica.
También puede leer:
Primera entrega: Un avivamiento evangélico.
Segunda entrega: Un entusiasmo racional.
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Segunda entrega: Un entusiasmo racional.
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tomado del Blog del Instituto de Estudios
Wesleyanos - Latinoamérica
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