Dr. Gonzalo Báez-Camargo
Juan Wesley gobernó el movimiento metodista desde sus comienzos con dulzura y amor no exentos de firmeza y energía cuando se hicieron necesarias. Pero lo gobernó centralizando en su persona la autoridad para las decisiones finales. En términos francos, él era la autoridad suprema del metodismo naciente. Fue en cierto modo un dictador eclesiástico.
No obstante, siempre concibió esa autoridad prácticamente absoluta como
una mera medida de emergencia. La oposición que encontraba el metodismo, por un
lado, por otro las apremiantes necesidades espirituales del
movimiento, cuyas filas engrosaban de modo sorprendente, exigían rapidez de
acción y una disciplina de lucha y de trabajo semejante a las requeridas en una
campaña militar. Por esa razón Wesley asumió facultades de general en jefe y
organizó a sus predicadores como oficiales, y a los metodistas todos como
soldados. Estudiaba los problemas en oración y a la vista de la Palabra de
Dios; buscaba también el consejo y las opiniones de sus hermanos, pero se reservaba
siempre el derecho de tomar él la decisión final, y de hacerla ejecutar con
prontitud y sin vacilaciones.
Pero sería un grave error histórico tildar a Wesley de espíritu
autocrático y arbitrario. Nunca pensó que el metodismo se gobernara perpetuamente
de la misma manera en que las circunstancias lo obligaron a él a gobernarlo. Y
la prueba es que mucho antes de morir dispuso que tan pronto faltara él, el
gobierno de las comunidades metodistas pasara plenamente a las Conferencias
Anuales, las cuales se habrían de conducir como verdaderos parlamentos
democráticos. El metodismo vino a ser, al fin y al cabo, en su misma esencia,
un movimiento profundamente democrático.
La experiencia de Wesley en Aldersgate no fue solamente la conversión de
una religión de justificación propia a una religión de libre gracia. Fue
también la conversión de un sacerdotalismo rígido y de un orden jerárquico a
una fe democrática y a un sistema popular. Con su Club de los Santos, Wesley
había ensayado el método del rigor, de las disciplina tierra fría y árida,
esperando que en ese clima floreciera una verdadera piedad. Fue el mismo
espíritu que llevó a su obra misionera de Georgia, y que lo hizo fracasar allí.
En Aldersgate obtuvo un nuevo y profundo sentido de la dignidad y libertad de
la persona humana, que no ha de gobernarse con simples actos de autoridad, ni
puede desarrollarse en un clima de mandatos absolutos y rigorismos legales.
Después de Aldersgate, Wesley supo combinar el orden con la democracia y la
disciplina con la libertad.
Aunque era ministro anglicano, y hasta su muerto siguió siéndolo, Juan
Wesley no estableció para su movimiento una jerarquía clerical de tipo
monárquico. Solo estableció “superintendentes” que podían ordenar ministros; y
esto último lo autorizó obligado por la renuencia de las autoridades anglicanas
a dispensar la ordenación llamada “apostólica” a los predicadores metodistas.
El episcopado metodista nació en los Estados Unidos, y su aparición se debió en
gran parte al hecho de que dicha nación se había independizado de Inglaterra y
el metodismo norteamericano quiso constituirse autónomo. Aún así, el episcopado
metodista no ha sido nunca un rango autoritario y una casta jerárquica. Era
todavía menos que una monarquía constitucional. Asbury y los obispos que le
sucedieron, quisieron seguir siendo simples “superintendentes generales”,
epískopos en el sentido neotestamentario de un sobreveedor, y no de una
autoridad jerárquica.
El aliento democrático del metodismo brotaba de su hincapié en la libertad
interior, que igual que cuando brotó la reforma del siglo XVI, fue el pivote
esencial del movimiento. La “pasión por la justicia y la libertad interior
fueron la esencia de la cruzada evangélica: “de ello no puede haber duda” dice
J. W. Bready. Y son del propio Wesley, en sus Pensamientos Sobre la Esclavitud,
las siguientes palabras que ondean como una magnífica bandera de emancipación:
“Dad libertad a quien se debe libertad, esto es, a todo hijo de hombre, a todo
participantes de la naturaleza humana. ¡Fuera con todos los látigos, todas las
cadenas, todas las imposiciones!”.
No podía ser partidario de una autocracia eclesiástica, quien tanto
insistía, como Wesley, en el libre albedrío humano. En la organización interna
del movimiento metodista, los grupos denominados “clases” fueron verdaderos
almácigos de una educación democrática. En aquellos grupos había oportunidad
para el cambio de opiniones y la discusión. El director de clase era
simplemente un hermano mayor. Y su carácter laico era una garantía contra
cualquier intento de constituirse en jerarquía clerical con poderes omnímodos
sobre la masa de los fieles. Las “clases” metodistas eran verdaderas células,
no solamente para el crecimiento espiritual, sino también para la educación
democrática de quienes las formaban. Con mucha razón dice Dobbs: “Un círculo de
obreros o mecánicos, a quienes guiaba en el culto o en la conferencia uno
perteneciente a sus propias filas, fue un gran paso para la democracia”.
Para Wesley y el metodismo original, la disciplina no es precisamente la
afirmación de un principio de autoridad jerárquica o la institución de poderes
autocráticos en quienes gobierna la Iglesia; la disciplina es cosa más bien de
dominio propio, de autogobierno personal, de orden y eficiencia práctica para
servir mejor a los intereses del Evangelio. Por eso el verdadero centro y base
de la Disciplina Metodista, lo constituyen las reglas de disciplina y conducta
personal, de carácter y comportamiento éticos, que Wesley aconsejó a los
predicadores y a los fieles. Pretender hacer de la Disciplina una coraza de
acero, una especie de Talmud estricto y autoritario, es falsear su verdadero
espíritu y sentido.
El metodismo fue un movimiento de masas, el despertamiento del hombre
del pueblo, del hombre común, a un nuevo sentido de dignidad e independencia
espiritual. En tal virtud fue intensa y genuinamente democrático. Autorizados
historiadores y sociólogos han llegado a la conclusión de que al metodismo se
debe el aliento que animó a ese ejemplo de democracias que es la democracia
inglesa. Mientras el pueblo de Francia se lanzaba por cauces de violencia a una
revolución de terror y guillotina, en Inglaterra, merced en gran parte a la
inspiración del avivamiento metodista, la revolución del pueblo asumió la forma
de una pacífica pero profunda transformación política, social, económica, moral
y espiritual.
El metodismo realizó solo con una base espiritual y hondo contenido
ético, las divisas de la Francia revolucionaria: “Libertad, Igualdad,
Fraternidad”. La religión fue, en el metodismo, “una religión del pueblo, para
el pueblo y por el pueblo” (Bready). Ningún despotismo, civil o eclesiástico,
es compatible con el genio y espíritu del metodismo. Porque desde sus
principios, el metodismo fue una democracia disciplinada y una disciplina
democrática.
Palabra final
Que el metodismo mantenga su tradición de avivamiento evangélico,
entusiasmo racional, espiritualidad ilustrada, evangelismo revolucionario,
ministerio laico y disciplina democrática: tal es el reto de Juan Wesley a los
metodistas de hoy.
Mejor dicho, el reto de Cristo, porque Wesley no fue más que el profeta
de una época, mediante quien Jesucristo nuestro Señor hizo llegar al mundo de
entonces su ardiente llamamiento a una renovación espiritual. Responder a este
llamado de Cristo, será, pues, la mejor manera como el metodismo mexicano puede
conmemorar la epopeya religiosa iniciada por Wesley en obediencia a la voz
celestial.
Fragmento (6 de 6) del libro El reto de Juan Wesley a los metodistas de hoy, publicado originalmente en 1953 y vuelto a publicar por el Instituto de Estudios Wesleyanos - Latinoamérica.
También puede leer:
Primera entrega: Un avivamiento evangélico.
Segunda entrega: Entusiasmo racional.
Tercera entrega: Espiritualidad ilustrada.
Cuarta entrega: Evangelismo revolucionario.
Quinta entrega: Un ministerio laico.
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Artículo
tomado del Blog del Instituto de Estudios
Wesleyanos - Latinoamérica
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